Los rayos de sol comenzaron a filtrarse a través nubes grises que se negaban a disiparse, él cerró sus ojos e inclinó levemente la cabeza abriendo los brazos a la altura de los hombros dirigiendo sus palmas hacia el astro rey. Por unos segundos se dejó abrazar por esa eterna luz, adorándola, rejuveneciéndose, estaba de nuevo libre, por cuánto…no importaba. Sintió los pelos de la nuca erizarse, desde pequeño esa sensación lo invadía cada vez que era observado y pudo comprobar cómo las miradas de la gente se posaba en él, sintió aguijones en sus sienes, se sintió acorralado, esas miradas, siempre esas miradas que denunciaban suspicacias y miedos, veía en sus ojos crecer el monstruoso pavor de la duda, recordó a su madre y esto hizo que bajara sus manos rápidamente llevándoselas toscamente a los bolsillos, a bolsillos que no llevaba. Los hábitos que nos acompañan toda la vida son difíciles de abandonar, inclusive en la más extraña de las circunstancias.
Caminó hasta la esquina donde se detuvo a esperar la luz verde del semáforo. Pudo ver su reflejo proyectarse en el vidrio de un local de ropa vintage femenino, y como un sonámbulo camino hacia él. Apoyó su mano sobre el vidrio acercando su cara hasta que sintió el frío en la nariz , tomó con sus dedos índice y pulgar su ojo izquierdo y lo abrió tanto como pudo, decenas de pequeñas venas rojas lo surcaban, se rascó la barba de 2 semanas y revolvió sus pelos castaño claro, enrulados, grasientos, enmarañados, no recordaba la última vez que se había cortado el pelo, no recordaba muchas cosas. Miraba aquel hombre en el vidrio y sabía que era él, pero no se sentía así, – copia de una copia – suspiro por lo bajo, sin recordar de donde venía esa frase.
Rápidamente sintió que la marea de gente lo empujaba y al volver en sí pudo percatarse que el semáforo le daba paso. Muchas gracias señor semáforo – dijo sonriendo amablemente y haciendo una caricaturesca reverencia como si ostentara un sombrero de copa.
Durante un tiempo naufragó entre las calles de la ciudad, sin mas destino que el placer de caminar, dejándose llevar entre aromas y colores de una ciudad que lo había criado y después desechado. Distraído se encontró silbando, silbando una canción que había escuchado por primera vez en la parte de atrás de un Fiat 147 mientras jugaba con María, así le decían, «jugar». Cuando pudo librarse de aquellas imágenes, pudo distinguir que entre la muchedumbre, la tonada se alzaba suavemente, llamándolo. Aguzó el oído y persiguió aquella música hasta que se detuvo frente a un hombre sentado al lado de las increíblemente opulentas puertas de un banco.
Unos pantalones de pana marrón, roto en sus rodillas, una cuerda que lo sostenía a su delgada cintura, una campera de invierno de nylon viejo y sus pies desnudos le daban una imagen lastimosa y triste. Que tocara la armónica solo proporcionaba mayor amargura a aquella escena. Frente a él, un cartel de cartón escrito con carbón rezaba – ES LO ÚNICO QUE SE HACER -, un sombrero negro boca arriba corroído por el tiempo guardaba dos o tres monedas tiradas en su interior.
– When the Levee Breaks – le dijo con cierto orgullo de haberla reconocido.
– Si, When the Levee Breaks – le respondió interrumpiendo la canción.
-Puedo sentarme?
-Es público.
-Tocas muy bien, donde aprendiste? – se sentó en posición india sin poder evitar pensar en cuanto le dolían las rodillas.
Con una sonrisa apagada respondió – aunque sea difícil de creer, alguna vez toqué con los mejores, era músico contratado, de sala, cuando necesitaban a alguien que tocará la armónica, me llamaban a mí -. Sus ojos refulgieron por un instante llenándolos de un brillo muy parecido a la felicidad.
-No lo tomes a mal, pero como dijiste, encuentro difícil de creerlo. Como pasa uno de tocar con los mejores, a tocar en la vereda por monedas.
-Pésimas decisiones es la respuesta correcta – Y el brillo desapareció. Bajo la cabeza levantando una mano abierta como tratando de detener las preguntas futuras, y para asegurarse no seguir hablando, volvió a descansar la armónica en sus labios volviendo a tocar.
– If it keeps on rainin’, levee’s goin’ to break, If it keeps on rainin’, levee’s goin’ to break, When the levee breaks I’ll have no place to stay – comenzó a cantar con una voz desafinada y dulce hasta que una sombra se proyectó sobre ambos.
-Que porquería de música es esa? – La sombre pertenecía a un hombre correctamente vestido con un traje azul, camisa blanca, zapatos pulidos, corbata roja que acababa de salir de aquellas puertas.
– Led Zeppelin, Rober Plant, Jimmy Page, no? – comentó mientras el otro no dejó de tocar.
– Una porquería de música – y con un sutil movimiento de la pierna empujó el sombrero desparramando las pocas monedas que contenía. Las monedas rodaron sobre aquella vereda gris de forma arbitraria y caprichosa. No se detuvo, porqué lo haría.
Reincorporándose lentamente apoyando la mano sobre la rodilla de apoyo, se propuso levantar las monedas y ayudarlo, volvió a pensar cuanto le dolían, pero no desistió.
-Yo soy Jorge, Jorge Luis, pero nadie me dice así desde que María…bueno, nadie me llama así-. Al terminar de juntar las monedas, volvió a sentarse a su lado, naturalmente, como si toda la escena fuera de lo mas cotidiana. – No voy a mentirte, no tengo plata para darte, pero si puedo… – y con mucha dificultad se sacó los zapatos blancos y se los entregó. Le resultó incomprensible que un acto tan simple le llevará tanto esfuerzo.
-Pero tu…creo que los necesitas tanto como yo.
-Naaaa, voy a tener otros, tarde o temprano, siempre me dan otros. Eso si, tienes que tocar de nuevo para mi.
– No deberías responderles, no es lo que quieren, no es lo que buscan, responderles solo será malo para mí- y sus ojos se posaron en otro tiempo, lejos, quizá en ese tiempo él fue el hombre de traje. Sacudió la cabeza volviendo al hoy y se obligo a sonreír – Qué te gustaría escuchar?…ah, y soy Alfonso.
Alfonso – y dejo que las letras salieran suavemente entre sus dientes – Sabes alguna de Dylan? – Ja, te dije que supe tocar para los mejores, no? – y apretando los los labios levemente llevó la armónica a la boca dejando escapar los primeros acordes de Tangled Up in Blue.
Jorge se levantó y comenzó, descalzo como estaba, a hacer pequeños saltos alrededor de Alfonso quien lo miraba sorprendido, felizmente sorprendido.
-She was working in a topless place, and I stopped in for a beer, I just kept looking at her side of her face, in the spotlight so clear – cantaba, no, gritaba a viva voz. Una mujer altamente ejecutiva fue retenida prisionera de sus movimientos al ser agarrada de las muñecas y obligada a bailar. Tras un brevísimo forcejeo pudo soltarse y apuro su paso hacia la puerta infranqueable mientras Jorge no dejaba de saludarla y tirarle besos para guardar en los bolsillos.
La gente no pudo hacer otra cosa que mirarlos, inicialmente de soslayo, después con creciente cara de enojo y preocupación ante semejante desfachatez. Hombres de negocios, estudiantes, amas de casa volviendo con sus carritos llenos del supermercado, hombres corriendo, ninguno pudo evitar mirar con cejo fruncido aquellos dos saltimbanquis musicales que irrumpían la cotidiana escena entre gritos y risas.
Después de 20 minutos de Bob Dylan, Led Zeppelin y los Doors una camioneta blanca con su sirena hizo chirriar sus frenos estacionando frente al gran banco. La mujer-rehén se acercó a la misma y a viva voz comentó – Por suerte llegaron, yo los llamé, ellos – y señalo con su dedo indice.
– Gracias señora, – dijo bajando la ventanilla de la camioneta – uno de ellos es paciente del instituto y logró escaparse durante la tormenta de ayer, aún no sabemos como lo hace, pero siempre se nos escapa. Es inofensivo, esta algo flojo de acá – y se toco la sien – después de perder a su mujer, pero es inofensivo.
Los dos corpulentos hombres bajaron de la camioneta y se acercaron lentamente.
– Jorgito, otra vez, vas a hacer que nos echen, otra vez te escapaste. Dale, vamos, volvemos al instituto, la doctora estaba preocupada porque no apareciste a tomar tus medicamentos. Veo que has perdido tus zapatos, una vez más…
Uno de ellos volvió a la camioneta y extrajo unos zapatos sin cordones extremadamente blancos.
– Tomá, ponetelos.
Agitado y algo ronco se sentó en el cordón de la vereda para volver a calzarse, al levantarse hizo un movimiento de tobillos, como probando su talla, hizo 3 saltitos pequeños y sonrió.
Los dos hombres lo escoltaron hacia la camioneta, agarrándolo firmemente de los codos y el hombro.
Antes de subir a la camioneta por la parte de atrás, Jorge se dio media vuelta hacia Alfonso y lle dijo – Te dije que no necesitaba los zapatos, para la próxima me gustaría escuchar algo de Jethro Tull – y le guiño el ojo.
Las puertas de la camioneta se cerraron, Alfonso acomodó el gorro y empezó a tocar «it`s breaking me up», las miradas enojadas se dispersaron, todo volvía a la normalidad.