Se sentó en el borde de la cama y apretó con su dedo índice y mayor sus ojos, buscando despertar, o quizás lamentándose por no continuar soñando.
Apagó el despertador antes de que sonara, eran las 6:35 AM. Miró sobre su hombro derecho y vio entre sombras a su mujer. Pensó un segundo cuánto la amaba, y sin embargo, cuánto había cambiado todo. Su mano izquierda se posó sobre sus omóplatos y la acarició suavemente, arrancando algo muy similar a un ronroneo de sus dormidos labios. No pudo evitar sonreír.
Con piernas trémulas se dirigió al baño, abrió la ducha y dejo que el agua le acariciara la espalda, pocas cosas disfrutaba más que ese momento de soledad. El agua, como el fuego, tiene esa misteriosa y primigenia cualidad de sanar, de purgar nuestros pensamientos.
El agua comenzaba a enfriarse y con ella su bienestar, los pensamientos cotidianos comenzaron a tomar formación como un ejercito que se prepara para la batalla por venir, reuniones, llamadas, mails, hablar con Gonzalez,despedir a Maria después de 20 años en la empresa, debía llamar al ejecutivo de cuenta del banco dado que parte de la nomina no había cobrado en tiempo y forma, y así, la lista de pendientes comenzaba a manifestarse en su mente, fantasmagórica e ineludible.
Traje azul ajustado, corbata carmesí sobre camisa blanca, zapatos lustrados en negro, se peinó su corte de 20 dólares y buscó sonreír, una perturbadora mueca se dibujó en el espejo.
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De forma inesperada, los tibios rayos del sol atravesaron su ventana y tuvo que dar vuelta la cara renegando despertar. Las manos de su madre comenzaron a mecerlo lentamente. Él adoraba el ritual de despertar, la voz dulce de su madre llamándole a la vigilia, no conocía otra mejor forma de pasar de un sueño a la realidad, no anhelaba otra forma. El olor a tostadas subió lentamente por las escaleras, inundando sus sentido de una calidez hogareña que lo acompañaría para siempre.
Al abrir los ojos pudo ver su sonrisa quien con voz impuesta, como emulando un infomercial, le comunicaba que el desayuno estaba pronto y que disponía de 10 minutos para presentarse en la cocina. Al sentir que el peso de su madre liberaba la cama y si bien jamás iba a reconocer que adoraba este ritual, se dio vuelta y dijo.
– Buen día mama, te quiero-. Ella en el umbral de la puerta se dio vuelta y le devolvió una sonrisa.
Como proyectado desde un invisible cañón se levantó de su cama tirando las sábanas al piso, prácticamente se arrancó su pijama de Los Vengadores para cambiarlos por unos jeans azules, una remera blanca y unas negras zapatillas rotas que si bien su madre había intentado tirar en repetidas ocasiones pudo recuperarlas, algunas veces de la propia basura. Esas zapatillas eran testigo de sus aventuras y aún tenia algunas aventuras para ofrecer. Se miró en el espejo, y del otro lado, un niño de 12 años con el pelo revuelto le devolvió una sonrisa amplia y convincente; convencido de ella, bajó por las escaleras.
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Al bajar por las escaleras encontró a su mujer en bata terminando de preparar el desayuno. Su hija se encontraba ya sentada en la mesa apoyando su pera sobre su mano derecha, medio despierta, medio dormida, jugando con la cuchara a revolver la leche. Su madre interrumpió el discurso matutino sobre la importancia del desayuno, sus propiedades y como la falta de este imposibilitaba el crecimiento para darle un beso efímero en sus labios y preguntarle si había descansado.
Mintió y dijo que había dormido maravillosamente. Se sirvió café negro y se sentó en la mesa frente a su hija. A veces creía que tomaba café negro solo porque su madre solía hacerlo. Ensimismados ambos en sus cavilaciones, ninguno parecía notar la presencia del otro, y solo tenían ojos para el contenido de sus respectivas tazas, hasta que él le toco el codo donde se apoyaba su cara desestabilizándola y emitiendo la mitad de una sonrisa. Ella, viendo abierta la puerta del juego, sonrío ampliamente y le dijo -ay papá, me vas a hacer caer -. -eso es porque no tomas el desayuno, sino estarías fuerte y no te haría caer-. y le sacó la lengua. Ella entrecerró los ojos e imitó burlonamente su tono de voz para terminar sacándole la lengua también.
-Dale, termina el desayuno así nos vamos al colegio.-
-No puedo quedarme hoy?, no me estoy sintiendo bien. – y tosió aparatosamente arrancando la risa de ambos padres.
-Dale dale, dejate de tosecitas, vamos.-
Acababa de dejar a su hija en el colegio como todos los días y ahora conducía lentamente hacía el trabajo. Disponía de tiempo, siempre era el primero en llegar a la oficina, no es que nadie reparara en ello, pero le gustaba tomarse un tiempo a solas para ordenar su día. En el coche sonaba Pink Floyd, particularmente Comfortably Numb, y como un reflejo virulento, cambió de canción.
Su mente pareció perderse el resto del camino, como un autómata arribó a la oficina, marcó tarjeta, saludó amablemente al seguridad que hacía guardia preguntándole por su familia, sacó la llave de su bolsillo, abrió su oficina, prendió su nueva laptop traída de USA en sus últimas vacaciones, abrió el mail, y todo, como un autómata, en una neblina difusa, entre los velos de la rutina y el hartazgo. Solo al ingresar su colaboradora a la oficina, tomó real consciencia de donde se encontraba.
María trabajaba con él hace un par de años, pero últimamente su desempeño había disminuido considerablemente, lo habían conversado en reiteradas ocasiones donde ella prometía volver a ser la de antes, pero las situaciones volvían a repetirse, distracciones continuas, entregas de trabajo fuera de plazo, errores infantiles que no solían ser representativos de la calidad de su trabajo anterior. De esto hacía un año, sus jefes comenzaban a notar la baja de productividad de su sector y se lo manifestaron en la última reunión de Directorio, donde expresaron la posibilidad de «dejarla ir». Esas palabras le producían ganas de vomitar, no la dejas ir, la echas, consideraba que gente grande y con experiencia no debería maquillar la verdad, entendía que era subestimar al otro. Luego de varios minutos de conversación, el Directorio lo puso de forma muy simple, ella o vos. Abatido y algo desilusionado con su defensa, acordó su desvinculación, pero siendo esto aún insuficiente, el Directorio no estaba dispuesto a pagar la totalidad de su despido, 20 años de trabajo en la empresa era muchísimo dinero, y le solicitó que negociará con ella un despido por menos dinero. Cobardemente, asqueado, aceptó.
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Las piernas le ardían del fuerte pedaleo, pero quería llegar a la escuela cuanto antes, la ansiedad lo estaba carcomiendo, hoy era su turno para exponer frente a todos sus compañeros; el tema: «Cuando sea grande…»
Se bajó de la bicicleta roja y la dejo tirada en la entrada de la escuela, en plena carrera frenó, sacudió la cabeza como arrepentido y se tomó el tiempo de encadenarla a un poste del iluminado público.
Llegó justo cuando sus compañeros ingresaban a la clase y Federico, su mejor amigo, le deslizó una mirada de impaciencia mientras extendía las palmas de la mano hacía arriba, solicitando explicaciones de la demora.
-Perdón, me entretuve en el desayuno, ya viste como es mamá.-
Federico le sonrió comprensivamente al conocer el chequeo de rutina a la cual se veía sometido su amigo previo a la partida hacia la escuela. Merienda, si, lavado de dientes, si, peinado, si, lavado la cara, si, llevas juguetes en la mochila, no, hiciste los deberes, si, termina el desayuno que es la comida mas importante del día…solo una vez respondidas correctamente toda esta trivia maternal, tenía permitido agarrar la bicicleta y partir.
-Hiciste los deberes?.-
-Claro que sí, acá están.- y sacudió una hoja de impresora escrita en bolígrafo azul junto con una caja de madera.
-Qué es a caja de madera?.-
-Menos averigua Dios….-
-Dale, somos amigos o no somos amigos?, decime.-
-Ya vas a ver.
La clase dio inicio con el ingreso de la Señorita Martinez al aula. La Señorita Martinez tenía 45 años, jamas se había casado pero solicitaba estrictamente que fuera tratada de «señorita». Detrás de esos lentes de grueso marco color caoba había una mujer de ojos vivaces, altiva y orgullosa. Federico había visto, por cuasalidad, que su maestra llevaba un tatuaje sobre la espalda baja, un diablito regordete con tridente en mano; ese detalle había cambiado totalmente la percepción que tenían de esta mujer de apariencia estricta y sería, convirtiéndola en su maestra favorita. Ninguno de los 2 había hablado de este detalle con otros, era su aparente secreto.
La Señorita Martinez comenzó la clase preguntando si alguien quería comenzar la exposición. Levantó la mano desesperado, cabeceando en aceptación la maestra lo animo a aproximarse al frente de la clase.
Se plantó frente a la clase como una estatua marmórea, sacó su hojita del bolsillo trasero del jean y la alisó unos segundos. A su vez dejó la caja madera sobre el escritorio de la maestra, mientras se aclaraba la voz para comenzar.
-Cuando sea grande quiero ser escritor, escritor como Borges y Hemingway, quiero escribir poesías como Baudelaire o escribirle a los ríos como Twain. Quiero crear mundos en papel y que la gente pueda vivir un segundo en ellos, cuando sea grande quiero poder hacer reír a la gente o darles esperanzas. Mi papa tenia una biblioteca enorme y siempre me decía que en esos libros vivían sus mejores amigos, y que leyendo compartía sus vidas. En mi cumpleaños, antes que – su garganta se volvió un nudo insoportable – antes que enfermara, me dejó esta caja en la puerta de mi habitación -con el manejo del tiempo de un artista de escenario formado se dirigió hacia el escritorio – con una nota que decía «escribe para soñar y sueña en escribir».
Con dedos trémulos como quien esta a punto de profanar un sarcófago abrió lentamente la caja y sacando un bolígrafo dorado, impoluto, resplandeciente. -En este bolígrafo están escondido esos mundos.- y sin poder contener ese nudo soltó un pequeño sollozo.
-Muchas gracias por la presentación, pudes volver a sentarte.-
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Se dejó caer sobre su silla con la cabeza entre sus manos, cansado, derrotado. María había aceptado sin chistar, resignada, su ofrecimiento monetario. Entre lágrimas repetía que lo que la empresa estaba haciendo con ella no era justo; él coincidía, pero no podía decirlo en voz alta.
-Cerdos.- dijo entre dientes -Cerdos todos, cerdo yo.-
Las horas remanentes fueron insoportables, todos actuaban como si nada ocurriera, o hubiera ocurrido, ese sentimiento lo invadió de una soledad aberrante, se preguntó si tan intercambiable somos, la tentación de gritar lo sobresaltaba permanentemente, pero pudo contenerse hasta que el reloj dio las 18 horas y se dispuso a abandonar la oficina.
-Hasta mañana señor – Le dijo el guardia de seguridad, ya no recordaba si era el mismo de la mañana o no.
-Hasta mañana, saludos a su familia.-
Al entrar en el estacionamiento pudo ver a su jefe subirse al auto y saludarle a la distancia con una sonrisa que le pareció macabra, deformada. Le respondió con otra, seguramente igual de deforme.
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El camino de vuelta a la casa lo recorrió lentamente, pedaleaba con parsimonia, disfrutando el verde resurgir de la primavera y un cielo particularmente celeste.
Al llegar a su casa se preparó la merienda por su cuenta, hoy era jueves y su madre no llegaría del trabajo hasta entradas las 20 horas. Las tardes en las que le tocaba trabajar doble turno le recordaban el esfuerzo que su madre hacía para que no le faltara nada, y aun así multiplicarse para estar y acompañarlo en todo. Sintió un calor en el pecho que no pudo identificar como orgullo, pero que le llenaron los ojos de lágrimas.
Subió las escaleras hacia su cuarto y se dispuso a hacer la tarea. Con extrema reverencia extrajo quirúrgicamente la cajita de la mochila para depositarla suavemente en el segundo cajón del escritorio.
Las 20 horas lo encontraron terminando la tarea y escuchó la llave de la madre en la puerta. Corriendo bajó hasta los brazos de su madre quien casi se cae al suelo de la velocidad que llevaba.
-Suave que ya estoy vieja!!!.-
-Naaahhh, qué vas a estar vieja ma!-
Sonriendo preguntó -Como te fue en la escuela?
-Muy bien mamá, les conté que quería ser..- y al unísono la madre e hijo completaron la oración diciendo – escritor como Borges y Hemingway.
Ambos rieron cómplices.
-Vamos a cenar, traje comida del trabajo, dejame calentarla y nos sentamos a mirar TV y comer…que te parece?.-
-Dale ma!
La madre estaba harta de la pizza con muzzarella, era todo lo que servía durante el día, pero a él le encantaba y verlo comer así, feliz, la hacía olvidar de los dolores de pies o el maltrato de los clientes.
-Te gusta amor?.-
-Es la mejor pizza del mundo ma.- dijo mientras un bostezo se le dibujó en la boca.
-Hay sueñito ahí, terminá y vamos a acostarnos.
El pijama de Los Vengadores volvió a escena y su madre lo arropó gentilmente mientras los dioses oníricos llamaban a su puerta. Con la somnolencia ganando completamente su cuerpo, pudo dejar escapar como un suspiro.
-Ma, me alcanzas la cajita.-
Con una sonrisa abatida se dirigió al segundo cajón del escritorio y trajo la cajita hasta sus brazos, brazos que se aferraron fuertemente a esa cajita, como un naúfrago buscando salir a flote.
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Llegó a su casa y su mujer e hija lo esperaban para cenar. Saludó con un beso escueto a su mujer y cargó al hombro a su hija diciéndole que era un chanchito mientras ella no dejaba de imitar a uno.
Cenaron en silencio, con el ruido de la televisión como único aparente ser viviente. Su cansancio era notorio, su tristeza también.
Llevó a su hija a dormir y le leyó un capitulo de A Través del Espejo de Lewis Carroll, tradición que habían adoptado en los últimos meses.
Su mujer estaba ya en camisón esperándolo en la cama, el se excuso y dijo que tenía que trabajar un poco mas, mañana tenia reunión con los socios y tenia que terminar la presentación en Power Point. Ella pareció comprender, la verdad es que él sabía que no lo hacía.
Gráficos de torta, color azul o magenta, ventas proyectadas, todo parecía irreal, sin importancia, pero él seguía ahí, alineando su Times New Roman en tamaño 12, sin embargo sintió que algo estaba reptando dentro suyo, silenciosa y tenebrosamente, hasta que abruptamente todo movimiento cesó, sus ojos en blanco dejaron caer pesadas lágrimas.
Se levantó de la silla de un respingo y se dirigió hacia el sótano como si hubiera escuchado algo. Bajó casi corriendo, aguzando el oído. El sótano era más un deposito de cosas viejas que un sótano, lleno de cajas a punto de ser derrotadas por la humedad, sin embargo el sabía qué caja lo llamaba. La bajó del segundo estante de la repisa que daba al fondo de la habitación y revolvió como poseído. Extrajo una caja pequeña, de madera, y soplo el polvo que habitaba sobre ella.
Llevando la caja con los brazos extendidos como si llevara una ofrenda subió las escalera dejando aquella sobre el escritorio. Extrajo el bolígrafo, aun resplandeciente, y agarrando una hoja en blanco de la impresora, sonriendo, escribió:
-«Se sentó en el borde de la cama y apretó con su dedo índice y mayor sus ojos, buscando despertar, o quizás lamentándose por no continuar soñando».