Últimamente estoy leyendo algo de Poesía, algo, no mucho, pero algo. Tropecé accidentalmente – si semejante cosa existe – con Federico García Lorca y no puedo salir de esa subyugación extraña que producen sus misterios.
Hay algo de misterioso, no solo en este autor, sino en cómo los lectores encontramos nuestros páramos literarios, Borges diría que las lecturas nos eligen a nosotros tanto como nosotros a ellas, es una idea formidable, romántica y lamentablemente utópica.
Mucho de nuestro acercamiento a este mundo es a partir de nuestra educación, mayoritariamente formal, es decir, escuela, liceo. No le resto relevancia a la formación en el hogar, pero la primera tiene una condición que la segunda no presenta, o no debería, su obligatoriedad.
Imagino que toda curricula debe ser pensada con la idea de la formación y por lo tanto reviste una obligatoriedad ineludible, pero es en la elección donde sospecho nuestra potencial falencia.
Pongamos el ejemplo de Federico García Lorca, pongamos el ejemplo de la poesía en su casi totalidad, en los albores de la literatura era la forma por excelencia, perfecto…hoy, claramente no lo es, los lectores promedio – como uno – no se sientan a leer Blake, Thomas, me atrevería a decir que tampoco a Homero o Catulo, Góngora o Quevedo.
La novela ganó terreno por diversos motivos (recomiendo leer Teoría de la novela de Lukacs), pero también, cierto tipo de prosas se nos volvieron lejanas, leer de forma obligatoria el Quijote a los 15 años puede ser realmente tedioso, no es una obra para ser abarcada de sopetón.
Que no se malinterprete, no busco minimizar el potencial del adolescente, en pleno potencial y desarrollo, a diferencia de la de los adultos, la cual, para bien o mal, ya fue alcanzada…no va por ahí. Lo que trato de expresar es que el acercamiento a la literatura debería ser amigable, concordante con los gustos y visión de un adolescente que se abre al mundo, y que el mundo se le rinde a él.
Esto también lo entiendo razonable para la formación inicial, los invito a recordar a través de la difusa cortina del tiempo, qué lectura de su infancia aún permanece en ustedes. Me atrevería a apostar que la mayoría cita El Principito, las nuevas generaciones a Harry Potter.
Mi humilde aporte a esta curricula teórica son las Fábulas de Esopo, que a pesar de haber sido escritas en el s.VI a.c siguen teniendo la asombrosa virtud de permaneces actuales. Por supuesto que como toda fábula cuenta con su correspondiente compromiso moral, y su elección puede ser un factor de “control”, me resulta inevitable leer alguna de ellas y no pensar que están orientadas a respetar el concepto de moderación (sofrosine) y así conservar el orden social establecido en la antigua Grecia –a veces adolezco de cierta paranoia educacional- .
Sin embargo, también tienen cosas fantásticas, para comenzar no carecen de humor, para el imaginario de un niño la posibilidad de tratar con animales parlantes es ver Disney en letras, seguramente es Esopo la fuente de toda película futura con animaciones parlanchinas.
Sospecho que el uso que podríamos darle a este tipo de lecturas son infinitas.
No desconozco, si bien no soy un experto, que existe una variedad de autores infantiles que modernizaron esta forma, y que alguno de ellos pueden encontrarse en las aulas. Aplaudo continuar este camino, ya habrá tiempo para Onetti y Juana de Ibarbouru, pero ruego no hacer del placer de la lectura un rito de pleitesía sobre estatuas solemnes de marfil.
La literatura no es un templo de dioses olvidados, no debe haber columnas o bastiones inabarcables, la literatura es un campo abierto que respira, que se mueve con el vaivén del viento y que espera, que espera por nosotros, y de nosotros depende acercarnos.