“Debemos hallar la luz en esta oscuridad”; la cita es de la película The witch de Robert Eggers y sintetiza en buena forma mi experiencia con este ensayo de Luis Bonilla: Historia de la hechicería y de las brujas. La propuesta es inevitablemente atractiva, pero la propuesta termina arrojando fragmentos de luz en un trasfondo algo oscuro.
Por un lado, el libro posee un vasto crisol de interesantes aspectos que atraen de forma inmediata la atención. Comenzando desde el Paleolítico, el autor detalla herramientas, artilugios, exponentes, personajes, historias, anécdotas, leyendas, que tienen finalmente el objetivo de iluminar la historia y lo hace, de buena forma. Resulta atractivo encontrar la fuente de muchas de nuestras tradiciones y usos actuales que han conservado su significado pero no su origen – me resultó particularmente atractiva la historia sobre el hechizo de atar o el mal de ojos -.
Interesante resulta la contradicción de los discursos que surgen para combatir estas creencias – cuando ya estaban instaladas en el subconsciente popular como malvadas – y como hacen acopio de razones similares a aquellas que combate – para identificar brujas tiraban tintas a un vaso de agua diciendo el nombre de las vecinas, si se formaba la imagen de una mujer, seguro era bruja -. Por otro lado, es interesante ver cómo la especulación de las creencias ha sido motivo y objeto para manipular la creencia popular, y de esta forma arrebatar o conservar el poder – aunque sospecho que no necesito hacer uso de la brujería para identificar esta humana tendencia -.
Sin embargo, hay algo que también se mantiene durante todo el libro. No pretendo pecar de inocencia y puedo reconocer que la subjetividad es inherente a cada palabra volcada en la hoja, sin embargo Bonilla lo realiza desde un lugar ilustrado y europeizado – y europeizante – que parece por momentos violentar el mensaje.
“En realidad, el Tibet es un país lleno de desórdenes mentales.”
Estos aforismos recurrentes naufragan y contradicen el discurso racionalista y preciso que busca ensalzar. Si bien, la historia presenta una vasta lista de referencias que permiten recurrir a los textos de origen, el autor cae en subjetivismos precisos y categóricos donde parecen permear un carácter de prejuicio sobre una correcta documentación.
En cuanto a la estructura, el libro por momentos carece de un rigor histórico cronológico donde asume la ubicación temporal del lector en la historia. Esto dificulta la ubicación temporal fluida del lector en el curso de la historia y la posibilidad de hacer dialogar distintos acontecimientos históricos que parecen tener una línea cronológica similar.
Es un libro interesante en su propuesta y que ha sido ponderado por la erudición de su autor, de la cual no reniego ni ofrezco resistencia. Sin embargo creo que adolece de un determinismo que le resta impronta, donde la posibilidad del prodigio – malo o bueno – se ve destrozado por la imposibilidad narrativa-subjetiva del autor. “La verdad nunca viene de la mano de un incondicional” dijo Nietzche por ahí. Junto a la muy razonable cruz hay espacio para el diablo cojo, total mañana podremos ayunar por nuestros pecados.