Pequeño e insignificante, busco. Busco en este laberinto de hojas amarillentas que se alzan como el laberinto de Asterión. Busco palabras que resuenan en el tiempo y que traen un cosquilleo en la nuca y recorro ideas, fábulas, versos, acordes. Al escribir siempre me he sentido un farsante, no puedo evitar estar plenamente consciente que alguien dijo esto que me atraviesa de una forma mejor y esta no es la excepción.
Cuando termino el libro, quedo vacío. Vacío de verdad. En blanco, nublado, intervenido por una oscura luz que me resulta extrañamente familiar. Había leído previamente a Kosinski, su mordaz literatura en Desde el jardín era absorbente; puedo ver al adolescente que fui divertirse con asombro. Cuando comencé El árbol del diablo esperaba quizás encontrar al adolescente, pero nadie baja dos veces al mismo río y este río me revolcó y me escupió en sus orillas. Pero este sentir, que busco vanamente estirar, este libro, ya lo sentí.
Todo lo que puedo escribir sobre este libro se encuentran en estos versos:
Melancólico espíritu, en otros tiempos enamorado de la lucha,
El gusto de la nada
La Esperanza, cuya espuela acuciaba tu ardor,
¡No quiere más montarte! Acuéstate sin pudor,
Viejo caballo cuyos cascos en cada obstáculo chocan.
Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.
Espíritu vencido, ¡despeado! Para ti, viejo merodeador,
El amor no tiene más gusto, no más que la disputa,
¡Adiós, pues, cantos del cobre y suspiros de la flauta!
¡Placeres, no tentéis más un corazón sombrío y embustero!
¡La Primavera adorable ha perdido su perfume!
Y el Tiempo me engulle minuto tras minuto,
Como la nieve inmensa un cuerpo ya tieso;
Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez
Y no busco más el abrigo de una choza.
Avalancha, ¿quieres arrastrarme en tu caída?
.
Baudelaire es el pozo infinito de una sensibilidad vacua. El árbol del diablo es la angustia que genera la nadería.
Kosinski crea a Jonathan James Whalen, quien ante la muerte de sus padres retorna de un exilio autoimpuesto a Estados Unidos donde su padre creó un imperio desde la nada. El sueño americano: de la nada al todo. Pero nuestro héroe recorre el camino inverso. Tiene todo y siente nada. El sueño americano destruido, todos los placeres, los teneres, el poder ilimitado, todos los parásitos no alcanzan. Jonathan recorre el camino de las drogas, del sexo en toda su extensión, de la violencia, de la opulencia, con el único propósito de huir del vacío que su existencia genera.
Escondido detrás de múltiples máscaras, sólo a través de su narrativa en primera persona vemos al yo, dubitativo, infantil y temeroso que busca una respuesta que lo condene o absuelva. Kosinski retrata el paisaje de un Estados Unidos de posguerra donde el capitalismo hiperbólico es todo lo que podemos aspirar, y a través de la mirada de un rico heredero termina criticando a una sociedad de excesos e insensibilidad que margina y naturaliza-justifica esta marginalización.
Placeres y un corazón sombrío.
Sobre el final, mi advertencia. No soy rico – tan solo de incertidumbres dijera Borges – pero hay algo familiar entre las líneas de nuestro querido Jonathan, leer este libro puede – quizás deba – funcionar como espejo, contemplar esta imagen de nuestro posible corazón sombrío requiere cierto arrojo, cierto amor al vértigo del vacío, y esta caída puede ser un renacer y también una condena.
La primavera se asoma ¿habrá perdido su perfume? Solo el espejo lo dirá.