Giuseppe Arcimboldo fue un pintor manierista cuya pintura mas reconocible es quizás El invierno, pintura que es tomada como portada y partida de Baumeister de Martín Bentancor. En su historia de la fealdad, Umberto Eco menciona que los manieristas ya no tienden a lo bello como mímesis de la naturaleza, sino que buscan aquello que es más expresivo, deformando el canon de lo que percibimos como bello con una «tendencia a lo extraño, a lo extravagante y a lo deforme»; si este es el caso: Baumeister es sin lugar a dudas una obra manierista.
Bentancor narra la historia de una noche; una noche donde un viejo funebrero exhibe a su interlocutor su colección de casos extraños y relato a relato – como una Sherezada gótica – disecciona a sus personajes como si aún se encontraran en la fría mesa esperando por su autopsia. Junto a este relato de excentricidades, se hilvana y mezcla, su propia historia, la de su llegada al Río de la Plata, de sus amores y principalmente, la odisea que vive para ver publicado el manuscrito de poesías de su esposa.
Estas dos historias – la de los casos extraños y su vida privada – si bien son complementarias, son narradas desde enfoques distintos, la primera es una exposición detallada de lo que sería un freak show, un desfile descarnado de personajes extraños donde lo humano y no humano subvierten el orden esperado, donde se condensa simbólicamente la identidad, la pertenencia, lo político, el género. Si lo extraño es encontrar algo donde no esperábamos encontrarlo, si ese choque entre la realidad esperada y el encuentro con lo raro es lo que da nacimiento a lo que señalamos como monstruos y estos nos devuelven una mirada desde la alteridad, como un espejo deformado en el laberinto, Martín Bentancor hace una delicia de trabajo.
La otra historia es íntima, inclusive intimista, dominada por personajes femeninos donde la frialdad de este lúgubre Nosferatu cede el centro a los sueños, a lo erótico, al deseo, al compromiso con el amor, a la Historia detrás de la historia, y permite ver el otro lado de esta luna que se llama Baumeister.
Una novela sobre una noche donde todo es oralidad, – el contraste entre la oralidad y la obsesión de publicar el manuscrito es parte de este contrapunto de dobleces permanente que el autor utiliza – todo es relato, donde la tensión se va construyendo a través del diálogo entre estos dos personajes – otra vez: doble y desdoblamiento – que son separados por un escritorio y sus expectativas; historias que se construyen tanto desde la vidriera del asombro – con momentos sardónicos inclusive cómicos – como desde la sensibilidad de la pérdida, del retorno a un tiempo que no vuelve; historias tan extrañas como un hombre-árbol, con nariz rota y barba de raíz que de su pecho crecen dos naranjas prontas a cosechar; historias tan extrañas pero tan bellas.