«Las nuestras están inquietantemente vivas y, nosotros, aterradoramente inertes», una y otra vez, como un eco tenue pero constante la frase aparece en mi frágil memoria al recorrer las páginas de la última novela de Carrión. «Las nuestras están inquietantemente vivas y, nosotros, aterradoramente inertes». La idea es de Haraway y la primera vez que la leí me pareció tan brillante como aterradora, un wake up call quizás, no tanto por la bienvenida vivacidad del cyborg sino por la absurda inamovilidad de nosotros.
En Membrana, Carrión escribe una novela posthumanista en donde a través de una voz plural como un enjambre – o el bíblico Legión – una inteligencia artificial narra y nos guía a través del Museo del Siglo XXI que atesora – como una biblioteca – la historia de la humanidad. Este museo transmedia recorre las huellas históricas de los eventos que dan forma a la civilización, pero también son génesis de la propia voz narradora. Carrión, un autor que controla los hilos y espacios que se forman entre los pliegues de la ficción y lo histórico a la perfección, logra entretejer una historia que se solapa entre el ensayo y la ciencia ficción, lo poético y la eufonía monocorde de una voz cuya cadencia parece reproducirse mecánica entre repeticiones autómatas.
Los eventos que se proyectan a través de las salas del museo son tan dispares como el COVID-19, la historia de Pinocho, las pinturas de Velásquez, pero también proyecta, recrea, simula, eventos futuros como libros y traductores universales. Sala a sala, evento a evento, pasado, presente y futuro, se diluyen en un espiral concéntrica donde lo que se pone en en tela de juicio es lo humano, lo natural, lo artificial y la jerarquización de estas esferas.
Humanos, cyborgs y aliens danzan frenéticamente en este ritual de ciencia ficción donde Carrión se mueve con su acostumbrada creatividad átipica, dislocante y rupturista, y termina ofreciendo un texto que por momentos parece inabarcable en sus múltiples lecturas. Quizás una lectura posible es el consumo, otro la antropofagia cultural, la sensibilidad del cyborg, la estupidez humana, el lenguaje y la traducción como código, la posibilidad de un humanismo no antropocéntrico, Carrión crea esta membrana polisémica y fragmentaria donde el lector debe limar los bordes curvos de un rompecabezas deslumbrante.
Sospecho que no leer a Carrión es perderse – tanto en el asombro como en la reticencia – una de las voces más creativas ya sea en su narrativa como sus formas del habla hispana, y esto lo escribo vivaz e inquieto, sin deudas y sin dudas.